Soy de las personas que prefieren no ser atendidos por alguien, no me gusta que me sirvan el desayuno o que ordenen mi cuarto porque siento que invaden mi privacidad. Cuando vivía donde mi abuelita y yo era un niño teníamos empleada, pero ellas duraban poco tiempo. Aquí las empleadas y los taxis no son un lujo como en otros países.
Santusa, era el nombre de una de las empleadas que recuerdo. Ella nunca había usado un inodoro confesó, así que mi abuela le enseñó a jalar la palanca. Se sorprendió de cómo hacia ruido. Todo iba bien en su primera semana, hasta que una tarde se cagó literalmente en el lavadero de la cocina. Tenía miedo del inodoro confesó. Fue despedida por razones comprensibles. Otra empleada fue despedida porque puso vodka en el biberón de la hermana menor de mi madre para que se quede dormida y así irse al parque con su enamorado. Yo no había nacido felizmente sino me hubiera metido mi primera borrachera muy prematuramente.
Algunos las marginan al dirigirse hacia ellas como “chola”. Algo cruel que no he puesto en práctica. Pero hace poco quedé como un racista.
Un amigo me invitó a pasar una semana en su casa en Trujillo. Eran las 8:30am cuando mi amigo y yo estábamos en el mismo cuarto y de pronto escuché desde la calle la voz con acento francés de su papá gritando a todo pulmón “¡Chola! ¡Chola!” miré a mi amigo que estaba despertándose y le dije: “Creo que tu viejo se está peleando en la calle” y me respondió: “Está sacando a la perra, se llama Chola”. Me contó que también tenían una gata que estaba preñada y se llamaba “Ruca”.
A la hora de almuerzo la perra quería meterse al comedor de la cocina y la abuela, muy linda ella, no quería que se meta a la cocina pensando que me incomodaría quizás, entonces gritó “¡Chola sal!” No sé si los demás miembros se dieron cuenta, pero la empleada que estaba en la cocina se retiró, no sé si fue coincidencia o un mal entendido. Fue chistosa la situación. Una tarde el hermano menor de mi amigo, con el cual salía a correr a diario me dijo para soltar a la perra en el parque mientras corríamos. Me dijo cuando estábamos afuera “Llámala por su nombre fuerte para que te haga caso” Yo algo tímido dije “Chola ven” y su dueño me dijo: “Más fuerte” así que grité en una manera muy desestresante “¡Chola! ¡Chola! ¡Chola ven!”. Una pareja de enamorados que estaban en el parque echados sobre el mismo césped donde “chola” había orinado ayer se incomodaron al parecer y se fueron. Sentí que me veían como un racista, pero así se llamaba la perra. El nombre me parecía muy pintoresco. Fue una sensación nueva para mí poder gritar de esa forma. El racismo es algo ridículo en verdad, sobretodo en esta época. La familia no era racista, ni yo tampoco. Fueron muy originales al nombrar a la mascota. Lo admito. La pasé muy bien esa semana lejos del caos limeño. Quiero volver a ver a Chola.