jueves, 5 de septiembre de 2013

La entrevista.


En casa de mis abuelos, donde viví mi infancia, se necesitaba la ayuda de una empleada del hogar por motivos que muchos comprenderán. Mis recuerdos sobre las empleadas que he visto pasar ahí son muy particulares.

Mi abuela, una mujer de carácter fuerte pero muy maternal, explicaba a una nueva empleada cómo debía jalar la palanca del inodoro. Aunque no lo crean, ella no sabía usarlo. Santusa, así se llamaba, se persignaba succionando aire mientras abría los ojos impresionada al ver cómo el agua se iba con fuerza por el aparato frío y desconocido para ella hasta ese entonces.  Días después, una tarde cualquiera, escuché gritos de mi abuela al ver que las lecciones de usar el baño no dieron fruto porque Santusa estaba, literalmente, cagando de miedo en el lavadero. Tenía mucho temor a “la cosa esa” decía. Obviamente, nos quedamos sin empleada. Se dieron cuenta que tenían que ser un poco más selectivos con el personal.

Mi abuela, una tarde mientras tomábamos el clásico lonche, me contaba que no era la primera vez que habían tenido una mala experiencia. Me enteré que, antes que yo naciera, una empleada había emborrachado a la hermana menor de mi mamá con pisco en su biberón para poder irse al parque con su enamorado. Mi tía fue encontrada bien dormida producto de su prematura primera borrachera. Todo lo descubrió por el olor a alcohol mezclado con leche.

Una tarde, en la que me encontraba jugando en la sala, pude ser testigo de una entrevista peculiar por parte de mis abuelos a una nueva chica. Mi abuela, quizás con un sexto sentido desarrollado, le decía a mi abuelo para que entreviste a la chica pero me percaté de una mirada y señas cómplices que hacían entender que no le daba luz verde a la contratación de la empleada. Mi abuelo, muy astuto y con buen humor como siempre, se sienta en el comedor y pide a la chica que haga lo mismo.

Abuelo: (Respirando profundamente y mirándola fijamente) Entiendo que has venido por el puesto para empleada.

Candidata: (Temerosa y moviendo la cabeza de manera afirmativa) Sí señor.

A: Dime hijita, ¿Hablas francés?

C: (Confundida y con temor por su respuesta) No.

A: (Mostrando cierta decepción) Bueno, pero ¿Sabes tocar piano?

C: ¿Piano?

A: Quizás órgano, no tendríamos problema con eso para que toques Für Elise de Beethoven antes de cenar.

C: No señor.

A: ¿Cantas? A la señora le gusta que después del almuerzo nos canten “O Sole mio”.

Yo detuve por un momento mi juego con mis muñecos de los Thundercats para ser testigo silencioso de cómo se iba cabizbaja la chica. Quizás se marchaba pensando en aprender a cantar para ser una mejor empleada o en saltar de algún puente por sentirse inútil, no lo sé. Lo que sí sé es que mi abuelo hizo reír a mi abuelita como nunca.