El domingo pasado fui a misa, a la iglesia del parque Kennedy. Creí que la virgen lloraría, que me quemaría con el agua bendita o que el cura me pondría cabe, pero no fue así. Además en Miraflores está prohibido discriminar, así que entré. Mi mamá y mi abuela se pusieron en primera fila y yo las seguí. Sentí que era Ultra VIP en la misa. Movía la boca sin esforzar mis cuerdas vocales simulando que me sabía las canciones. Olor a perfume de señoras. Bastante gente mayor, ambiente muy tranquilo, era día soleado. Yo con sueño hasta que el padre interrumpió mis pensamientos cuando empezó a advertir levantando el dedo índice que en semana santa uno no debe ir de campamento. De pronto sonreí con la mirada perdida en el piso de mármol recordando los campamentos en la playa que tuve hace años.
Recuerdo que llegábamos en una combi contratada para todos, previo punto de encuentro, en mi casa. La carpa, mi bolsa de dormir, mi mochila con panes de molde bien helados y aplastados en la mochila, latas de atún, Gatorade, mi cepillo de dientes, ropa para abrigarme en la noche. También ayudaba a cargar por momentos el cooler con los tragos que pesaba como si lleváramos un difunto. Algunos para las 6:30pm, que oscurecía, ya estaban ebrios. Campamentos alrededor de nosotros. Era oscuridad, música, frío, gente bronceada, fogatas, sonido de las olas, pies descalzos en la arena, olor a bloqueador en mi piel bronceada. No sabía si comer un atún o guardarlo para más tarde. Veía parejas agarrando cerca a la orilla. Yo regresaba de color rojo camarón casi con quemaduras de tercer grado, con arena en pelo y harto del atún. De pronto una señora que está a mi izquierda me pasa la voz para darme la paz y me trae a la realidad. No tengo malos recuerdos de los campamentos así que le recomiendo al padre ir de campamento.
Recuerdo que llegábamos en una combi contratada para todos, previo punto de encuentro, en mi casa. La carpa, mi bolsa de dormir, mi mochila con panes de molde bien helados y aplastados en la mochila, latas de atún, Gatorade, mi cepillo de dientes, ropa para abrigarme en la noche. También ayudaba a cargar por momentos el cooler con los tragos que pesaba como si lleváramos un difunto. Algunos para las 6:30pm, que oscurecía, ya estaban ebrios. Campamentos alrededor de nosotros. Era oscuridad, música, frío, gente bronceada, fogatas, sonido de las olas, pies descalzos en la arena, olor a bloqueador en mi piel bronceada. No sabía si comer un atún o guardarlo para más tarde. Veía parejas agarrando cerca a la orilla. Yo regresaba de color rojo camarón casi con quemaduras de tercer grado, con arena en pelo y harto del atún. De pronto una señora que está a mi izquierda me pasa la voz para darme la paz y me trae a la realidad. No tengo malos recuerdos de los campamentos así que le recomiendo al padre ir de campamento.
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