En casa de mis abuelos, donde
viví mi infancia, se necesitaba la ayuda de una empleada del hogar por motivos
que muchos comprenderán. Mis recuerdos sobre las empleadas que he visto pasar ahí
son muy particulares.
Mi abuela, una mujer de carácter fuerte
pero muy maternal, explicaba a una nueva empleada cómo debía jalar la palanca del inodoro. Aunque no lo crean, ella no sabía
usarlo. Santusa, así se llamaba, se persignaba succionando aire mientras abría
los ojos impresionada al ver cómo el agua se iba con fuerza por el aparato frío
y desconocido para ella hasta ese entonces.
Días después, una tarde cualquiera, escuché gritos de mi abuela al ver
que las lecciones de usar el baño no dieron fruto porque Santusa estaba,
literalmente, cagando de miedo en el lavadero. Tenía mucho temor a “la cosa esa” decía.
Obviamente, nos quedamos sin empleada. Se dieron cuenta que tenían que ser un poco más selectivos con el personal.
Mi abuela, una tarde mientras tomábamos el
clásico lonche, me contaba que no era la primera vez que
habían tenido una mala experiencia. Me enteré que, antes que yo naciera, una
empleada había emborrachado a la hermana menor de mi mamá con pisco en su
biberón para poder irse al parque con su enamorado. Mi tía
fue encontrada bien dormida producto de su prematura primera borrachera. Todo
lo descubrió por el olor a alcohol mezclado con leche.
Una tarde, en la que me
encontraba jugando en la sala, pude ser testigo de una entrevista peculiar por
parte de mis abuelos a una nueva chica. Mi abuela, quizás con un sexto sentido
desarrollado, le decía a mi abuelo para que entreviste a la chica pero me
percaté de una mirada y señas cómplices que hacían entender que no le daba luz
verde a la contratación de la empleada. Mi abuelo, muy astuto y con buen humor
como siempre, se sienta en el comedor y pide a la chica que haga lo mismo.
Abuelo: (Respirando profundamente
y mirándola fijamente) Entiendo que has venido por el puesto para empleada.
Candidata: (Temerosa y moviendo
la cabeza de manera afirmativa) Sí señor.
A: Dime hijita, ¿Hablas francés?
C: (Confundida y con temor por su
respuesta) No.
A: (Mostrando cierta decepción)
Bueno, pero ¿Sabes tocar piano?
C: ¿Piano?
A: Quizás órgano, no tendríamos
problema con eso para que toques Für Elise de Beethoven antes de cenar.
C: No señor.
A: ¿Cantas? A la señora le gusta
que después del almuerzo nos canten “O Sole mio”.
Yo detuve por un momento mi juego
con mis muñecos de los Thundercats para ser testigo silencioso de cómo se iba cabizbaja
la chica. Quizás se marchaba pensando en aprender a cantar para ser una mejor
empleada o en saltar de algún puente por sentirse inútil, no lo sé. Lo que sí
sé es que mi abuelo hizo reír a mi abuelita como nunca.