
Recuerdo que llegábamos en una combi contratada para todos, previo punto de encuentro, en mi casa. La carpa, mi bolsa de dormir, mi mochila con panes de molde bien helados y aplastados en la mochila, latas de atún, Gatorade, mi cepillo de dientes, ropa para abrigarme en la noche. También ayudaba a cargar por momentos el cooler con los tragos que pesaba como si lleváramos un difunto. Algunos para las 6:30pm, que oscurecía, ya estaban ebrios. Campamentos alrededor de nosotros. Era oscuridad, música, frío, gente bronceada, fogatas, sonido de las olas, pies descalzos en la arena, olor a bloqueador en mi piel bronceada. No sabía si comer un atún o guardarlo para más tarde. Veía parejas agarrando cerca a la orilla. Yo regresaba de color rojo camarón casi con quemaduras de tercer grado, con arena en pelo y harto del atún. De pronto una señora que está a mi izquierda me pasa la voz para darme la paz y me trae a la realidad. No tengo malos recuerdos de los campamentos así que le recomiendo al padre ir de campamento.
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